¡Apoyémonos sobre la roca!
Fijémonos sólidamente a la muralla, apoyándonos con toda nuestra fuerza sobre la roca inquebrantable que es Cristo. La palabra de la Escritura lo reitera: “Me sacó de la fosa infernal, del barro cenagoso; afianzó mis pies sobre la roca y afirmó mis pasos” (Sal 40,3). Así establecidos y confortados, al contemplarlo vemos lo que nos dice y también lo que respondemos a los que nos formulan un reproche. (…)
Cuando hayamos progresado un poco en la ascesis espiritual, teniendo como guía al Espíritu Santo que escruta las profundidades de Dios, representémonos cuánto el Señor es bondadoso y es bueno en sí mismo. Pidamos con el profeta ver la voluntad del Señor. Pidámosle poder visitar nuestro corazón y que este sea su templo (cf. Sal 27(26),4). Con él decimos también “Mi alma está deprimida: por eso me acuerdo de ti, desde la tierra del Jordán y el Hermón, desde el monte Misar” (Sal 42,7).
Estas dos cosas resumen el contenido de la vida espiritual. Viéndonos a nosotros mismos, nos sentimos turbados y contritos por nuestra salvación. En la contemplación de Dios, respiramos, y la alegría del Espíritu Santo nos procura consolación. De una parte, temor y humildad. De la otra, esperanza y caridad.
San Bernardo. Sermón 5