Sermón del Día de la Purificación de la Santa Virgen

Ofrezca su hijo, virgen consagrada, y presente al Señor el fruto bendito de su seno. Ofrezca la víctima santa que agrada a Dios, por la reconciliación de todos. (…)

Esta ofrenda, mis hermanos, es delicada. Es presentada al Señor, rescatada por la ofrenda de pájaros y recuperada de inmediato. Llegará el día en que ese hijo no será ofrecido en el Templo, ni en los brazos de Simeón, sino fuera de la ciudad en los brazos de la cruz. Llegará el día que ese hijo no será rescatado por la sangre de una víctima sino que rescatará a los otros con su sangre, porque Dios lo envió como redentor de su pueblo. El primero es el sacrificio de la mañana, el otro será el sacrificio del atardecer. Aquel será el más alegre, ya que fue ofrecido en el tiempo del nacimiento. El segundo será más pleno, ya que fue ofrecido a la plenitud de la edad. (…)

Mis hermanos, ¿qué ofrecemos, qué rendemos al Señor por todo el bien que nos hace? Ofreció por nosotros la víctima más preciosa que tenía, la más preciosa que podía llegar a tener. Nosotros también hagamos lo máximo que podemos, ofrezcamos lo mejor que tenemos, es decir, nosotros mismos. Él se ofreció a sí mismo, ¿tú dudas en ofrecerte?

¿Quién puede acordarme que tan gran majestad quiera recibir mi ofrenda? Sólo tengo dos pequeñas cosas para ofrecer, Señor, mi cuerpo y mi alma. ¡Qué te los pueda ofrece perfectamente en sacrificio de alabanza! Es un bien para mí y mucho más glorioso y útil si le es ofrecido. Porque en mí, mi alma está turbada, pero en usted, si le es realmente ofrecido, mi espíritu se estremece de alegría.
San Bernardo. 3º Sermón para el Día de la Purificación de la Santa Virgen.

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