«Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre». ¿Con qué derecho el discípulo que Jesús amaba es el hijo de la madre del Señor? ¿Con qué derecho ésta es su madre? Es porque ella había dado a luz, entonces sin dolor, al que es la causa de la salvación de todos cuando de su carne nació el Dios hecho hombre. Ahora es con gran dolor que ella da a luz estando de pie junto a la cruz.
A la hora de su Pasión, el mismo Señor había, justamente, comparado a los apóstoles con una mujer que da a luz, diciendo: «La mujer cuando va a dar a luz está triste porque le ha llegado su hora. Pero cuando el niño ya ha nacido se olvida de sus angustias pasadas, porque en el mundo ha nacido un ser humano» (Jn 16,21). ¿Cuánto más un hijo como él ha podido comparar una tal madre, esta madre que se encuentra de píe junto a la cruz, a una mujer que da a luz? ¿Qué digo, comparar? Ella es verdaderamente mujer, y verdaderamente madre y, en esta hora sufre auténticos dolores de parto. Ella no experimentó los dolores de parto cuando dio a luz a su hijo tal como las demás mujeres; es ahora que ella sufre, que es crucificada, que experimenta la tristeza como la que da a luz porque ha llegado su hora (cf Jn 13,1; 17,1)…
Cuando esta hora habrá pasado, cuando la espada de dolor habrá traspasado enteramente su alma que da a luz (Lc 2,35), entonces tampoco ella «se acordará ya más de la angustia sufrida, porque en el mundo ha nacido un ser humano» –el hombre nuevo que renueva todo el género humano y reina sin fin sobre el mundo entero, verdaderamente, más allá de todo sufrimiento, nacido inmortal, el primer nacido de entre los muertos. Sí, en la Pasión de su hijo único, la Virgen ha dado a luz la salvación para todos, por eso es en verdad la madre de todos.