Lunes 4 julio 2016
Lunes de la decimocuarta semana del tiempo ordinario
Libro de Oseas 2,16.17b-18.21-22.
Así habla el Señor:
Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón.
Allí, ella responderá como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto.
Aquel día -oráculo del Señor- tú me llamarás: «Mi esposo» y ya no me llamarás: «Mi Baal».
Yo te desposaré para siempre, te desposaré en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia;
te desposaré en la fidelidad, y tú conocerás al Señor.
Salmo 145(144),2-3.4-5.6-7.8-9.
Señor, día tras día te bendeciré,
y alabaré tu Nombre sin cesar.
¡Grande es el Señor y muy digno de alabanza:
su grandeza es insondable!
Cada generación celebra tus acciones
y le anuncia a las otras tus portentos:
ellas hablan del esplendor de tu gloria,
y yo también cantaré tus maravillas.
Ellas publican tus tremendos prodigios
y narran tus grandes proezas;
divulgan el recuerdo de tu inmensa bondad
y cantan alegres por tu victoria.
El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;
el Señor es bueno con todos
y tiene compasión de todas sus criaturas.
Evangelio según San Mateo 9,18-26.
Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá».
Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: «Con sólo tocar su manto, quedaré curada».
Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: «Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado». Y desde ese instante la mujer quedó curada.
Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo:
«Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme». Y se reían de él.
Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó.
Y esta noticia se divulgó por aquella región.