Jueves 27 junio 2013
Jueves de la duodécima semana del tiempo ordinario
Libro de Génesis 16,1-12.15-16.
Saray, esposa de Abram, no le había dado hijos, pero tenía una esclava egipcia que se llamaba Agar.
Y dijo Saray a Abram: «Ya que Yavé me ha hecho estéril, toma a mi esclava y únete a ella, a ver si yo tendré algún hijo por medio de ella.» Abram hizo caso a las palabras de su esposa.
Abram llevaba diez años viviendo en Canaán, cuando su esposa Saray tomó a su esclava Agar y se la dio a su esposo Abram por mujer.
Abram, pues, se unió a Agar, y quedó embarazada. Al notarse Agar en ese estado, comenzó a despreciar a su señora,
quien dijo a Abram: «Que esta ofensa recaiga sobre ti. Yo te entregué a mi esclava por mujer, y cuando se ve embarazada, me pierde el respeto. Juzgue Yavé entre tú y yo.»
Abram le contestó: «Ahí tienes a tu esclava, haz con ella como mejor te parezca.» Y como Saray la maltratara, ella huyó.
La encontró el Angel de Yavé junto a una fuente de agua en el desierto (la fuente que hay en el camino de Sur),
y le dijo: «Agar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y a dónde vas?»
Ella contestó: «Estoy huyendo de Saray, mi señora.» Le replicó el Angel del Señor: «Regresa donde tu señora y ponte a sus órdenes con humildad.»
El Angel de Yavé añadió: «Multiplicaré de tal manera tu descendencia, que no se podrá contar».
Y el Angel le dijo: «Mira que estás embarazada y darás a luz a un hijo, al que pondrás por nombre Ismael, porque Yavé ha considerado tu miseria.
El será un potro salvaje: él contra todos y todos contra él, y plantará su tienda frente a sus hermanos.»
Agar dio a luz un hijo, y Abram le puso el nombre de Ismael al hijo que Agar le había dado.
Abram tenía ochenta y seis años cuando Agar le dio su hijo Ismael.
Salmo 106(105),1-2.3-4.5.
¡Aleluya! Den gracias al Señor porque él es bueno, porque su amor perdura para siempre.
¿Quién contará las hazañas del Señor y hará que oigamos toda su alabanza?
¡Felices los que respetan el derecho y practican la justicia en todo tiempo!
Acuérdate de mí, Señor, tú que amas a tu pueblo, que tu visita traiga tu salvación.
¡Que veamos la dicha de tus elegidos, nos alegremos con el gozo de tu pueblo y nuestro orgullo sea el de tu familia!
Evangelio según San Mateo 7,21-29.
No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo.
Aquel día muchos me dirán: ¡Señor, Señor!, hemos hablado en tu nombre, y en tu nombre hemos expulsado demonios y realizado muchos milagros.
Entonces yo les diré claramente: Nunca les conocí. ¡Aléjense de mí ustedes que hacen el mal!
Si uno escucha estas palabras mías y las pone en práctica, dirán de él: aquí tienen al hombre sabio y prudente, que edificó su casa sobre roca.
Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se arrojaron contra aquella casa, pero la casa no se derrumbó, porque tenía los cimientos sobre roca.
Pero dirán del que oye estas palabras mías, y no las pone en práctica: aquí tienen a un tonto que construyó su casa sobre arena.
Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se arrojaron contra esa casa: la casa se derrumbó y todo fue un gran desastre.»
Cuando Jesús terminó este discurso, la gente estaba admirada de cómo enseñaba,
porque lo hacía con autoridad y no como sus maestros de la Ley.