La pobreza, el subdesarrollo y, por lo tanto, el hambre son, a menudo, el resultado de actitudes egoístas que al surgir del corazón del hombre se manifiestan en su actuar social y en los intercambios económicos y se traducen en la negación del derecho primario de cada persona para nutrirse». Es la reflexión que esta mañana el Pontífice ha ofrecido a los participantes a la 37ª Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, recibidos en el Vaticano. Con amargura, Benedicto XVI constató que «la asistencia y las ayudas concretas se limitan, a menudo, a las emergencias, olvidando una coherente concesión del desarrollo».