No vine a llamar a justos, sino a pecadores
El pueblo entero puede pecar, pero Dios no se cansa de tener misericordia. El pueblo fabricó un becerro y Dios no dejó su misericordia, los hombres renegaron de Dios pero Dios no puede negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13). “Este es tu dios Israel” (Ex 32,4), habían dicho los Hebreos del becerro. Mismo después de eso, fiel a sí mismo, Dios se hace su salvador. El pueblo no fue el único en pecar, con él pecó su Sumo Sacerdote, Aarón. Por eso Moisés dijo que la cólera del Señor se elevó también contra Aarón, que había rezado por él y Dios lo había perdonado (cf. Dt 21,8). Si Moisés, al rezar por el Sumo Sacerdote pecador, desarmó al Señor, ¿Jesús, el Hijo único, cuando reza por nosotros, no desarmaría a Dios? Dios no impidió a Aarón, culpable, de acceder a su función de Sumo Sacerdote, ¿te impedirá a ti que sales del paganismo, acceder a la salvación?
Haz penitencia de la misma manera, tú también hombre, nada impedirá a la gracia de venir a ti. Adopta desde ahora una conducta irreprochable, porque Dios ama realmente a los hombres, y este amor nadie puede explicarlo. Aún si todas las lenguas se reunieran, sería imposible, ni siquiera parcialmente, medir la misericordia de Dios. Nosotros exponemos una parte de lo que está escrito acerca de su misericordia por los hombres, pero no sabemos a qué nivel se elevó su perdón con respecto a los ángeles. Porque a ellos también los perdona, ya que hay una sola criatura sin pecado: Jesús. Él nos purifica de nuestras faltas. También acorda el perdón necesario a los ángeles.
San Cirilo de Jerusalén. Catequesis bautismal 2